jueves, 1 de junio de 2006

Insumisión.........eran otros tiempos..

Os dejo aquí un texto que encontré por internet de un insumiso preso, en su día me gustó bastante. Me dejó con un sabor de boca agridulce ya que me parece preciosa su rebeldía a la vez que útil ( fueron los primeros que hicieron algo para que hoy nosotros no tengamos que hacer servicio militar obligatorio ), sin embargo me apeno al ver que hoy en día es imposible que surja un movimiento tan potente, bien articulado y con tanto apoyo social como el de la insumisión... Pero bueno, ésa es mi visión, cada uno que lea y que opine...( asi ponéis comentarios, que solo pone Jau...)




En la Prisión Militar de Alcalá de Henares, entre las grietas en el cemento

del suelo de su solitario patio, crece una sorprendente y variada flora.
Mis conocimientos sobre botánica penitenciaria son comparables a la
utilidad social del programa Eurofighter, pero me alcanzan para identificar
esos colores rojos que nacen de la base del muro de ladrillo interior, a
salvo de la mirada de la garita de vigilancia. Aquí y allá, las amapolas
chillan su escandalosamente vivo y sólido color hacia arriba y hacia
adelante, resistiéndose a ser sometidas por un entorno de cemento, ladrillo
y valla metálica, de colores apagados, espacios oscuros, rejas y
fluorescentes. Su apariencia es frágil, pero consiguen aguantar los
estirones del viento y el estruendo regular del vuelo de los aviones de
caza. Metafóricas compañeras de desobediencia: floral la suya, civil la mía.
Hace unos años se dio también esta conjunción de desobediencias.
Entonces, esta arquitectura destinada a vigilar y someter albergó a las
primeras oleadas de insumisos. Con un poco de imaginación uno puede verles
andando desnudos por los pasillos al negarse a vestir el uniforme militar,
obligatorio por entonces, o dirigiendo una charla antimilitarista a los
desertores subidos en una mesa del comedor tras haber roto el estricto
control que les separaba de aquéllos, o intentando completar la palabra
INSUMISIÓN sobre uno de los muros del patio o, en plena huelga de hambre,
llegando al extremo de ejercer una de las peores violencias: la que se
dirige contra su propio cuerpo...
En los 6 ó 7 años que van desde entonces hasta ahora, las amapolas
probablemente han seguido floreciendo muros hacia adentro, contempladas
como mucho por algún esporádico desobediente visceral que descubre su
espíritu antimilitarista (o, al menos, antimilitar) en el interior de un
cuartel. Muros hacia afuera, la insumisión dejó de ser percibida por el
poder militar como simple rebeldía juvenil, como una protesta inarticulada,
y se advirtió su verdadera naturaleza de desobediencia premeditada,
consciente y pública, su dimensión colectiva, la profundidad del
cuestionamiento al reclutamiento forzoso y a la misma existencia del
Ejército, que lanzaba a la sociedad su potencial multiplicador, y el
creciente movimiento de simpatía que despertaba. El Ejército eludía el
debate planteado por los desobedientes civiles, pidiendo y obteniendo
protección jurídica del entonces Gobierno socialista a través de una nueva
ley del Servicio Militar que la parapetaba tras la Justicia civil,
encargada artificialmente desde ese momento de la impopular tarea de
reprimir la opción política representada por los insumisos. La negativa a
someterse al reclutamiento forzoso pasó a ser un delito perteneciente a la
jurisdicción civil.
Paralelamente, los sucesivos gobiernos del Partido Socialista
acometieron una campaña de verdadera "vacunación" de la opinión pública
contra cualquier asomo de simpatía y apoyo hacia los desobedientes,
construyendo para ello una imagen oficial de los insumisos como jóvenes
egoístas, insolidarios, vagos y oscuramente relacionados con el entorno del
terrorismo etarra. Al mismo tiempo, con el fin de amortiguar su resonancia
social, se ha tratado de hacer cada vez menos visible la represión ejercida
sobre la insumisión. Éste es el ánimo que hay detrás de medidas como la
concesión de privilegios penitenciarios a los insumisos presos (paso
inmediato a régimen abierto) y, más recientemente, la entrada en vigor del
nuevo Código Penal en el año 1996, que inaugura una nueva línea de
represión silenciosa que sustituye a la prisión: la inhabilitación
absoluta, la muerte civil.
Pero, a pesar de los intentos de amordazarla y envenenarla, la
insumisión ha crecido y ha florecido irremediablemente hasta llegar a
constituirse en cuestión de Estado. Poca gente podía imaginarse a comienzos
de 1989 que aquellos primeros insumisos que se presentaron públicamente
iban a convertirse ocho años más tarde en más de 10.000, que muchas más
personas iban a implicarse en mayor o menor grado a través de grupos
antimilitaristas o de apoyo a la insumisión en formas organizativas
asamblearias, que la causa de los insumisos despertaría simpatías sólidas
en medios sociales tan diversos como los judiciales o los periodísticos, o
que conseguiría contagiar el discurso de la desobediencia civil en sectores
ideológicos variados.
Este éxito no ha impedido a la imaginación antimilitarista
continuar trabajando durante estos años en la exploración de nuevos caminos
para la desobediencia civil. La insumisión en los cuarteles es su último
hallazgo, la más reciente herramienta de lucha noviolenta parida después de
varios años (demasiados quizá) de reflexión, planificación, debate y
búsqueda del momento más adecuado. Una flor desobediente que quiere
elevarse como las amapolas de esta cárcel, en medio de un panorama gris
hormigón o gris acero, sombrío y nada esperanzador. El anuncio de la
desaparición del reclutamiento forzoso en España para principios del
próximo milenio que hizo el Gobierno de Aznar es contradictorio, a pesar
del papel significativo que ha jugado la insumisión en tal medida, puesto
que sobre el papel conduce al enquistamiento y consolidación del aparato
militar.
El nuevo contexto internacional es, al parecer, el factor clave que
impulsa este proceso. Solamente Ejércitos de especialistas, más reducidos,
móviles y dotados de la última tecnología de la muerte, pueden asumir el
papel de gendarmes planetarios que tienen asignado en el desigual e injusto
(y por eso no tan nuevo) orden mundial. Por ello el final de la Guerra Fría
no es el final de la OTAN sino el comienzo de una (vieja) nueva que
asegurará, en última instancia, la continuidad de las relaciones de
sometimiento y saqueo del Norte sobre el Sur. Éste es el marco que nos
permite entender el aumento del gasto militar, el impulso a la industria
del armamento y la entrada del Estado español en la estructura militar
integrada de la OTAN, cuando en nombre de Maastricht se relativizan
necesidades sociales básicas. Esta huida hacia adelante del militarismo
busca legitimarse socialmente a través de la invención de nuevos enemigos
(como, por ejemplo, el terrorismo islámico o, genéricamente, la
inestabilidad política de los Estados árabes), y de un humanitarismo armado
que camufla la responsabilidad del Norte en las causas estructurales y el
estallido final (a través del tráfico de armas) de los conflictos que dice
aliviar. Todo ello bajo la cobertura de un discurso ideológico que
martillea insistentemente las palabras "paz", "seguridad" y "defensa", eso
sí, entendidas desde la perspectiva militar y estatal en el mejor de los
casos.
Evidentemente, nadie excepto una pequeña élite casi sacerdotal ha
participado en la confección de esta monstruosidad. Desde el movimiento
antimilitarista del Estado español nos resistimos a quedarnos de brazos
cruzados, en silencio. Hay que seguir desobedeciendo. La insumisión en los
cuarteles hereda la fuerza colectiva de la insumisión "al uso" por ser una
profundización de ésta pero, a la vez, supone un salto cualitativo que
permite distinguirla como una nueva herramienta para iluminar el lado
oculto del militarismo de hoy, participando sin permiso en sus recientes y
próximas metamorfosis con nuestro cuestionamiento y nuestra opción por una
alternativa de defensa noviolenta, centrada en la seguridad humana y con la
desobediencia civil como herramienta esencial.
Ha sido en el año 1997 cuando han empezado a soplar nuevos vientos
de insumisión, encarnados por los catorce antimilitaristas de Galiza,
Elche, Bilbo, Iruñea, València, Valladolid, Madrid, Sevilla, Salamanca y
Barcelona, doce del Movimiento de Objeción de Conciencia (MOC) y dos de la
Asamblea de Objeción de Conciencia de Galiza (ANOC), que nos hemos dejado
disfrazar de soldados, plegándonos en apariencia a la obligatoriedad del
Servicio Militar, para luego cumplir, como dijo George Brassens, con "el
primer deber de un soldado consigo mismo: desertar". Pero, eso sí, a
diferencia de los 2.000 ó 3.000 desertores anuales del Ejército español,
nosotros lo hemos hecho públicamente, con estruendo y buscando la mayor
resonancia posible mediante presentaciones colectivas y acciones
noviolentas (strip-tease en Gobiernos Militares, pintadas en techos de
barracones de cuarteles, obras simbólicas de demolición de edificios
militares, ocupaciones de oficinas de empresas de armamentos...). De nuevo,
puesto que los insumisos en los cuarteles adquieren la condición legal de
militares, es el Ejército el encargado, a través de la Justicia militar, de
articular la represión contra la disidencia antimilitarista, al menos sobre
el papel. En la práctica, no ha mostrado excesivo interés en llevar a cabo
tal labor porque solamente cuatro de los catorce insumisos en los cuarteles
hemos sido encarcelados. La represión selectiva es su respuesta frente a la
insumisión y busca romper la identidad colectiva de la estrategia
desobediente, dividir y desmoralizar a los participantes. No lo ha
conseguido.
Así que la primavera de este año ha vuelto a traer amapolas y
desobedientes civiles a la prisión militar de Alcalá de Henares. Los
cuatro, Elías, Ramiro, Plácido y yo, hemos "visitado" el interior de esta
situación de instituciones disciplinarias; una cárcel dentro de un cuartel.
El colmo del militarismo. Y por tanto, un triste cementerio para libertades
como la de expresión y pensamiento, un privilegiado observatorio desde el
que constatar la impresentable hipocresía que es la esencia de la nueva
imagen humanitaria y democrática del Ejército, cobijo de un rico bestiario
que incluye cabecillas del terrorismo de Estado, instrumentos del golpismo,
espías de altos vuelos y, ahora también, antimilitaristas. Cada cual,
claro, con tratamiento individualizado: teléfonos móviles, comedor privado,
ausencia de rejas y muros para unos, control ideológico para los otros.
Prohibida para nosotros por tanto la posesión de cualquier material de
contenidos antimilitaristas o "favorecedores" de la insumisión, verdaderos
objetos peligrosos para el "buen orden", la seguridad y la reeducación de
los internos de esta cárcel.
Preocupación vana la del Coronel que dirige esta prisión ante la
nada halagüeña perspectiva de tener circulando aquí dentro un número
creciente de materiales antimilitaristas en soporte especialmente
contagioso y móvil: insumisos en los cuarteles en actitud tranquila,
abierta, cargándose de razón entre estos muros blancos, y demostrando la
firmeza y sinceridad de sus convicciones.
Con este fondo de amapolas desobedientes, en compañía de los cerca
de 350 insumisos que habitan las cárceles civiles del Estado español.
[Nota: se trata de la cifra de presos insumisos en el momento en que el
escrito fue realizado.]

1 comentario:

Jau dijo...

¿Imposible? ¿Y la oposición en Francia al CPE (Contrato de Primer Empleo) que consiguió la retrada de la propuesta de ley? ¿Y las manifestaciones contra la Guerra de Irak?

Se hacen cosas, otra cosa es que luego se consigan objetivos. Mira los insumisos; años de lucha y finalmente nosotros no hemos ido a la mili.

¿Quién nos dice que en años venideros no conseguiremos alquileres de viviendas asequibles, empleo de mayor calidad o la desmilitarización de zonas como Bardenas Reales?

Yo soy optimista.

¿Consiguió algo el chino que con bolsas de la compra se enfrentó a los tanques en la Plaza de Tiananmen? Quizá nada instantáneo pero ha pasado a la historia como alguien que dijo "basta ya". Que otra forma de vida es posible en regímenes totalitarios.

Hacer lo mismo aquí no depende de si la sociedad está preparada o no. Depende de cada individuo. De que "cojamos las bolsas de la compra y nos enfrentemos a los tanques".