A ver si los de Pamplona también leen esto...
''De compras. Me atiende una señora con acento eslavo, de un metro
ochenta de estatura a ojo de buen cubero, con el pelo rubio y los ojos
claros. De ésas que dan miedo. O casi. Hechos los trámites, llama a dos
empleados, y éstos se ocupan del resto de la operación. Uno es un rumano
eficiente que se ocupa de mí con diligencia, y hablando un español casi
perfecto, me advierte: «Cuidado con esta pieza, que es muy jodida y se
suelta». Lo de muy jodida lo ha dicho con el desparpajo y la naturalidad
de quien le tiene tomado el punto a la pieza que se suelta y al habla
de Cervantes. Integrado total. El otro empleado
es un joven azteca, o maya, o lo que sea. Uno de allí, con un magnífico
pelo negro, la piel cobriza y unos ojos oscuros e inteligentes. También
son ojos orgullosos. Hace un momento, mientras brujuleaba por la
tienda, tuve ocasión de presenciar una escena de ese mismo joven con un
cliente ligeramente estúpido, y de advertir la mirada que le dirigió el
indio cuando al otro se le fue un poco la mano en el trato. Si te llego a
pillar en Tenochtitlán aquella noche -decía elocuente esa mirada- me
hago un llavero con tus pelotas. Incluso si te encuentro un sábado por
la noche, de copas, igual me lo hago. Huevón.
El caso es que
salgo de la tienda satisfecho, porque además de eficientes son gente
amable, que sabe lo que importa un cliente en estos tiempos. En la
puerta me paro a dejar pasar a tres niños que vienen del cole con
mochilas a la espalda, hablando de sus cosas. Deben de andar por los
ocho o diez años. Dos son chinos totales, y uno de ellos lleva una felpa
-detesto discúlpenme, la sucia palabra sudadera- del Real
Madrid y les está diciendo a los otros algo que acaba con la frase «os
lo juro, tíos». Me lo quedo mirando con media sonrisa en la boca y la
otra media en la tienda de la que acabo de salir, y me digo: ahí los
tienes, chaval. En los últimos veinte minutos has visto a seis personas,
y sólo los padres de dos nacieron aquí. Y acaba de pasar un chino de
Lavapiés, hincha del Madrid, con un acento castizo que te vas de vareta.
Ésta es la España que hay, concluyo. Y la que viene. La que va siendo. Y
a lo mejor por ahí nos salvamos, al final. O se salvan nuestros
descendientes. Cuando pasen los tiempos de la purga, de la penitencia
por lo que fuimos y aún somos, y nuestra mala simiente ancestral se
diluya por fin en la genética, y otra generación de españoles diferentes
nos borre del mapa.
Camino detrás de los tres críos,
observándolos mientras pienso en todo eso. En que dentro de unos años,
sus nietos se mezclarán con los de la bolchevique rubia de la tienda,
del americano de ojos orgullosos e inteligentes, del rumano que sabe que
las piezas son jodidas y se sueltan. Y de esos fascinantes cruces de
caminos del azar y la vida, saldrán españoles nuevos: jóvenes
gloriosamente mestizos, con la mirada orgullosa del indio en unos ojos
rasgados y asiáticos que tengan el color claro de la ucraniana de la
tienda y la inteligencia del rumano de eficaz parla cervantina, aliñados
tal vez con el valor desesperado del africano que se jugó la vida a
bordo de una patera.
Españoles felizmente distintos, nuevos, mezclados
entre sí, que rompan nuestra estúpida inercia para generar, como ocurre
en los buenos mestizajes, hombres y mujeres más atractivos, imaginativos
e inteligentes. Sobre todo, cada vez más lejos de los fantasmas y odios
viscerales que emponzoñan este lóbrego patio de vecinos llamado España.
Gente distinta, a cuya sangre mezclada y renovada importen un carajo
las secuelas no resueltas de las guerras carlistas, la guerra del
Segador, los mártires de la Cruzada, los fusilados del franquismo, el
fuero de los Monegros, el Estatut de Úbeda y toda nuestra larga
enfermedad histórica. Nuestra puerca estirpe de insolidaridad, vileza y
mala leche. Nacerán así españoles nuevos, prácticos, que se rían en la
cara de los sinvergüenzas que ofrecen euros a cincuenta céntimos,
esqueletos de armario, errehaches y endogamias catetas. Que se vayan a
la cama juntos, se preñen unos a otros y nos preñen a todos tantas veces
como haga falta, hasta que lo importante, lo necesario, se dibujen con
nitidez en la retina de nuestra estirpe. Hasta que nazca, al fin, un
español que busque el futuro en vez de la manera de hacerle la puñeta al
vecino, o vengar a su abuelo.
Puestos a ser analfabetos -eso ya parece
irremediable-, seamos al menos analfabetos guapos, con ojos verdes,
ritmo africano y latino en las venas, andares de mulata hermosa, aplomo
de eslavos tenaces, coraje de sangre moruna. Y al tradicional Manolo
moreno, bajito, limitado, fanático de las fiestas de su pueblo, de la
efigie del santo patrón y de la última y puta guerra civil, que le vayan
dando.''
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