La idea no es mala teniendo en cuenta el ritmo caribeño al que voy...
Pero pesa, y me resulta cada vez más trabajo sostenerla...
Hay dias que me siento libre, cómodo, encantado de disfrutar del privilegio del hogar a cuestas.
Pero son los menos. En general pienso que sería mejor deshacerme de ella y avanzar sobre mis babas libremente tras esa gran hoja de lechuga fresca que me mira desde el futuro.
Pero no puedo. Es parte de mi.
Y lloro, y sonrío y me muevo.
''De a poquito'', como dicen los caracoles del otro lado del océano, sigo avanzando.
No quiero dejar de hacerlo.
Las antenas se me llenan de lágrimas viscosas y algo en mi interior hermafrodita me empuja hacia mañana.
Y es que así medimos los gasterópodos las distancias, en tiempo.
Y el tiempo en lágrimas.
Y el dolor en babas.
Babas de esfuerzo derramadas por el suelo para conseguir la dichosa hoja de lechuga.
Algunos hablan de sacrificio, molúscamente, no me gusta.

Es lo único que me hace sonreír, y eso,
a estas alturas de la cadena trófica, es lo único que cuenta.
Lo único. Y da lo mismo como lo consigas.
Pero tienes que lograrlo, tienes que alimentar tus ganas de cargar con ''la concha de su madre''.
Y debes hacerlo continuamente,
si un día no lo consigues, las babas escasean.
Comienzas frenándote y, si no lo puedes evitar, acabas encerrándote en casa, cegando la puerta con moco y esperando a que llegue la próxima tormenta para, ''ya si eso...'' aparecer después.
Entonces te dices a ti mismo que es una suerte tener tan a mano esta cáscara divina, solución a todos los problemas...
Es entonces cuando se vuelve realmente difícil continuar.
Debes empezar todo el procedimiento de nuevo.
Convencerte a ti mismo de que tienes que llegar.
Empezar a babear como un condenado para arrancar.
Y todo va muuuuuy despacio.
Y todo tu cuerpo viscoso está en tu contra repitiéndote que salir es una idiotez digna de un crustáceo,que quiere volver a la concha y acabar con esta farsa, que la lechuga en realidad no está ahí, que no existe.
¡Regresa al refugio carbonatado, donde todo es más fácil!
Y es cierto si asumes que no volverás a sonreír, claro está...
porque,como sabe cualquier caracol vivido,
atrapado no se puede sonreír.
Y tras una sesión de auto coaching, logras enderezarte.
Sales de la concha de tu madre,
llenas el suelo de flemas,
arrancas como puedes y,
tras coger un poco de impulso descubres que,
bajo esta puñetera cáscara,
hay un caracol que sonríe de nuevo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario